miércoles, 31 de octubre de 2012

La Fábrica de Armas de La Vega y la Cofradía del Silencio (III)


Hoy 31 de octubre se ha producido el cierre definitivo de la Fábrica de la Vega. Coincidiendo con ese cierre os dejo el último de los capítulos de la relación de ésta con la Cofradía del Silencio de Oviedo.


Quiero agradecer a Rafa su generosidad para con este humilde blog. Gracias amigo por hacer de mi pequeña idea inicial un magnífico documento de historia y sentimiento, gracias.



La Fábrica de Armas de la Vega y la Cofradía del Silencio (y III)

Por Rafael García Álvarez
Ya ex-trabajador de la Fábrica de Armas de Oviedo y ex-abad de la cofradía del Silencio y Santa Cruz.

A los que estuvisteis a mi lado cuando os necesitaba.
A  quien me enseñó lo poco que sé sobre  la 
Semana Santa a pesar de lo mucho que él sabe.
A  mis hijos.

En agradecimiento.


Hoy puedo decir, con cierta tristeza, que ya soy ex-trabajador de la Fábrica de Armas de Oviedo. 
Dentro de unos días la “Fábrica”, como nos gusta decir a nosotros  o el “Establecimiento,” tal como les gustaba llamarla a los que nos precedieron, cerrará sus puertas definitivamente después de más 200 años… 
En el interior de aquellos viejos muros quedarán, encerradas para siempre, las historias y las vivencias de todos aquellos que allí, a lo largo de generaciones, se formaron como como personas y como auténticos caballeros del trabajo.

Cuando Juanjo, me pidió que le contara algo sobre la relación de la Fabrica con la Cofradía del Silencio me costó trabajo decidirme…
Pero luego me  pareció que una mínima parte, casi perdida, de esas historias y vivencias  podía contarla yo, a pesar de que “las letras” no son mi fuerte.
Agradezco a los que habéis leído estos textos la generosidad con que la que lo habéis hecho.

Gracias amigo Juanjo, para mi esto ha sido una experiencia tan enriquecedora como inolvidable. 
                                                               
                                                           
De cómo se perdió todo…

No recuerdo el día, pero corría el mes de septiembre de 1974 cuando crucé  por primera vez, como aprendiz, la puerta principal de la “Fábrica” (tal como nos gusta llamarla a los que allí trabajamos). Por aquel entonces ya hacía años que La Cofradía del Silencio no celebraba procesiones de Semana Santa. 
Hacía años que en Oviedo no había procesiones de Semana Santa.

Al pasar al lado del Taller de Carpintería, frente al Taller de M2, en dirección a la escuela de aprendices, en el tendejón  en el que se almacenaba la madera destinada a hacer las culatas y guarda-manos del CETME, inevitablemente, algo que no encajaba allí llamaba poderosamente la atención. 
He de reconocer que, al principio, no podía imaginarme de que se trataba, no sabía que eran ni porque estaban allí, pero en aquel lugar, alineados en semi-intemperie, estaban los cuatro esplendorosos tronos que en su día portaron las imágenes de la Cofradía del Silencio. 
Lo que primero llamaba la atención era su gran  tamaño. Desmontados como estaban, sin varales ni faroles… y aun así parecían enormes.
Realmente eran monumentales. 
Recuerdo el colorido del Vía-crucis del trono que luego he sabido, que era el de la Oración en el Huerto…
Y los dorados… es curioso pero, sobretodo, recuerdo el brillo de la gran cantidad de molduras y fornituras doradas que todos ellos tenían.
Sin embargo no recordaba las imágenes de las esquinas de uno de ellos… 
Pero la casualidad me ha proporcionado, a raíz de este triste episodio del cierre de la fábrica, la alegría de recuperar aunque en bastante mal estado dos de las imágenes que, cobijadas en las capillas de las esquinas del trono, acompañaban al  Cristo de la Piedad. 
Dios sabe por qué razón estaban donde estaban y quién las llevó hasta un lugar tan poco apropiado. 
En aquel sitio tan… ¿inadecuado?, el paso del tiempo y la mano de algún o algunos desaprensivos hicieron verdaderos estragos en ellas…

Lo que resulta sorprendente es que ninguna de las dos imágenes tiene, aparentemente, relación con la Semana Santa.
Se trata de las tallas de Santa Teresa de Jesús y Santa Rita de Casia... 
Naturalmente que no se por qué fueron esas las imágenes elegidas para acompañar al Cristo de la Piedad, tampoco sé cuales podrían ser las otras dos, ni cual fue su destino… 
Aunque puedo imaginarlo.

Lo cierto es que, aquellos tronos, permanecieron en aquel lugar durante años. Ante la indiferencia de todos los que por allí pasábamos a diario. Deteriorándose día a día en aquel tendejón abierto y cubierto por una uralita  para acabar ardiendo, a modo de  combustible barato,  en las calefacciones de los “pabellones” (viviendas) de los jefes. 
Triste final para aquellos majestuosos tronos, verdaderas joyas, salidos de las manos de los numerosos y magníficos carpinteros que en aquel momento había en la Fábrica y de los cuales ya solo queda el recuerdo.

Fue unos años después, a  principios de la década de los 80, cuando la  empresa decide la reforma del Taller de Cañones (construido en 1940 por el genial arquitecto Ildefonso Sánchez del Río) para admitir las primeras y sofisticadas máquinas de control numérico que se introdujeron en la Fábrica.
A si que  debido a mi pertenencia al taller de Servicios Eléctricos y junto a otros dos compañeros, uno de ellos ya veterano, se nos encomendó revisar y reforzar, si era necesario, la instalación eléctrica de dos cuartos de la planta alta del taller que, en lo sucesivo, pasarían a ser las nuevas oficinas del moderno taller. 
Uno de los dos cuartos estaba cerrado con llave, así que mientras mis compañeros revisaban la instalación del otro, fui a la Portería principal, a por la llave del que estaba cerrado. La llave tardó en aparecer, los vigilantes no sabían de ella, evidentemente hacía tiempo que allí no entraba nadie.

De vuelta con la llave, al abrir la puerta de aquel cuartucho nos encontramos con la multicolor e increíble imagen de los hábitos de la Cofradía del Silencio, que estaban cuidadosamente almacenados en armarios de madera con las puertas abiertas de par en par.
La sorpresa fue grande y nos quedamos parados en la puerta observando el interior, supongo que algo desconcertados y me imagino que boquiabiertos sin atrevernos a entrar. 
El cuartucho era más grande de lo que parecía desde afuera, tenía el techo muy alto y era tremendamente luminoso, supongo que debía de ser medio día, porque el sol entraba con fuerza por un enorme ventanal. Dentro hacía calor y había un olor peculiar a madera, papel y tela. 

Las túnicas negras, con botonadura, de una tela y forma que recordaban a las sotanas de los curas, contrastaban con el brillo y el colorido de los capillos de raso y con las  capas de la misma tela brillante y de los mismos colores, ofreciendo  una imagen sorprendente y llamativa a la vez que imborrable. 
Una vez superada la sorpresa inicial, aun sin atrevernos a tocar nada,  el más joven de mis compañeros  me dijo:
   – ¿Qué te parece si nos llevamos uno? – 
 Lamentablemente, en un alarde de arrojo y de sentido de la oportunidad le contesté… 
   – ¿Para qué lo queremos? Podríamos meternos en un lío. –

¡¡ Lastima de ocasión perdida!! 

Supongo que si el guión de la Cofradía, sus  estandartes y las varas de mando de la junta hubiesen estado allí lo recordaría, sin embargo sí recuerdo unos faroles dorados que brillaban cuidadosamente apoyados en una esquina y los hachones de pila de “petaca”.
También recuerdo que los guantes, cíngulos y cinturones estaban metidos en unos grandes cajones debajo de  los armarios. Sobre uno de estos cajones, que permanecía abierto, una gotera y el paso del tiempo habían hecho de las suyas. 

Encima de algunos de aquellos armarios había amontonados libros, que a primera vista parecían ser actas y documentos encuadernados. De entre todos aquellos libros, uno abierto sobre un pequeño escritorio, llamaba la atención y, al parecer, estaba empezando a inquietar al veterano electricista  que nos acompañaba. 
Este, viendo que comenzábamos a abrir y a curiosear dentro de los  cajones, de manera nerviosa enseñándonos aquel libro nos suplicó…  
– ¡¡Por Dios no toquéis nada!!
Palabras mágicas que despertaron aun más nuestra curiosidad así que, un tanto intrigados, nos acercamos tratando de descubrir el porqué de su alarma… y pudimos leer:

     Fulanito de Tal          (rojo)
     Menganito de Cual    (rojo)
     Zutanito de…..…..     (rojo)
     ……………………      (rojo) 
     ……………….…..      (rojo)


Que lejos estábamos, en aquel momento,  de saber que los nombres de aquella inquietante lista eran los de los trabajadores de la Fábrica que tenían el honor de acompañar a la Virgen de la Amargura en su procesionar por las calles de Oviedo… 
El caso es que decidimos no tocar nada más, comprobamos que la instalación eléctrica estaba en buenas condiciones y salimos de allí “pitando”. 

Quién me iba a decir, por aquel entonces, que La Virgen de la Amargura volvería a salir en procesión por las calles de Oviedo y que aquellos dos jóvenes electricistas que treinta años atrás leían con sorpresa y con temor aquella lista de “rojos”, iban a tener el inmenso honor de acompañarla llevándola sobre sus hombros, mientras en el Transito de Santa Bárbara sonaba “La Madrugá” .
¡Nunca lo podré olvidar…!


No volví a ver aquel magnífico tesoro. Pero años después, cuando me interesé por él, un “rondín” (vigilante) me aseguro que un “trapero” de Valladolid se lo había llevado todo. No tengo la certeza, pero no sería descabellado sobre todo si tenemos en cuenta que en 1982 el director de la Fábrica  era vallisoletano, el coronel D. Laurentino Magaz.
A mí me gusta pensar que realmente fue eso lo que ocurrió, y que algún día la casualidad me permitirá recuperar algo, por insignificante que sea, de aquel magnifico patrimonio realizado en su mayoría, de forma artesanal, por los cualificados obreros de la Fábrica.  
No recuerdo el momento en qué supe de la existencia de los Apóstoles y del Ángel confortador, amontonados unos encima de otros en el antiguo Taller de Fundición; aunque lamentablemente ellos, seguramente, siempre estuvieron en aquel lugar. 
No tengo fresca en mi memoria la imagen de  la primera vez que los vi,  no obstante si la visión del patrimonio de la Cofradía en aquel cuartucho de Cañones había sido luminosa de gran colorido y vistosidad, esta era, por el contrario, sobrecogedora e inquietante…y muy triste…

Yacían allí con el aire de resignación de quien ha perdido hace mucho tiempo toda esperanza de recuperar el esplendor de  épocas pasadas.  

Sí, definitivamente, era muy triste…
Para poder verlos era necesario adentrarse en el Taller de Fundición sorteando todo tipo de obstáculos, de trastos inútiles y de viejas maquinas herrumbrosas cubiertas de polvo. 
No, no eran fáciles de ver.

El Taller de Fundición hacía años que solo se utilizaba como almacén de la maquinaria obsoleta, que la empresa amontonaba allí sin ningún cuidado ni miramiento.
Debido al carácter de lo que allí, en su tiempo, se fabricaba (fundición de metales) el suelo del taller era de tierra que, en su momento,  estaba compactada pero que con el tiempo supuso un magnifico substrato en el que acabaría creciendo la maleza y a cuya frondosidad  contribuía el hecho de que, prácticamente, todos los cristales estaban rotos.
En esas tristes condiciones, al fondo de la nave, detrás de un enorme torno, arrimados a una ventana abierta y sin cristales de la fachada sur del taller, vencidos por la indiferencia y sumidos en el abandono, estaban las imágenes del que había sido el paso más impresionante de la Semana Santa de Oviedo.

Al Taller de Fundición nunca iba nadie, no era necesario, de modo que muy pocos sabían, o sabíamos, de la existencia de aquellas imágenes, yo, al pertenecer a Servicios Eléctricos, tenía cierta libertad de movimientos y podía acercarme por allí alguna vez sin que eso supusiera un problema para mí.

Cuando llegabas a su altura lo que primero te sorprendía era la imponente figura del Ángel Confortador que, puesto de pie, parecía mirarte dulcemente a los ojos.
Impresionaba su gran envergadura, a lo que contribuía el tamaño de sus alas extendidas y el hecho de que estaba tallado sobre una gran roca.
Tenía un rostro joven y unos expresivos y enormes ojos negros. Sin embargo ya le faltaba el brazo derecho, el brazo con el que apuntaba hacia el cielo y que recogido del suelo y depositado por mí en el regazo de San Pedro, es lo único que de él se conserva en la actualidad.
Su envergadura y el hecho de que estuviera erguido pudo ser la razón de que, tristemente, fuera el elegido para arder en la plaza del “castillo” en uno de los encierros con los que los trabajadores de la Fábrica protestábamos en los años 90 contra el enésimo intento de cierre de la Vega…¡¡Qué enorme desatino!! 
Aquellos encierros, que se alargaron en el tiempo, se hacían de manera rotativa y aquella noche yo no estaba en la Fábrica… ¡Cuanto lo he lamentado!


Al lado del Ángel estaban los Apóstoles, estos al estar tumbados pasaban mas desapercibidos. De los tres el mejor conservado era San Pedro que, al no estar justo debajo de la ventana había quedado más protegido, sin embargo a su lado Santiago y Juan tuvieron menos suerte. Ellos sí estaban justo debajo de la ventana, uno encima del otro, lo que aceleró el proceso de pudrición de la madera.
Ya por aquel entonces la policromía había desaparecido, prácticamente, en su totalidad y el aparejo se había convertido en una gruesa capa polvo que los cubría, junto con multitud de pequeños trozos de  cristales rotos. 
De vez en vez, yo me acercaba hasta aquel lugar y les quitaba los cristales y algo de polvo y arrancaba los “felechos” y los “artos” que crecían alrededor de ellos, pero era poco lo que podía hacer solo con las manos. Alguna vez pensé en llevar conmigo algo con que limpiarlos, pero me preocupaba que alguien me pudiera ver entrando allí con una escoba y sin motivo aparente. Tampoco podía moverlos yo solo para  tratar de ponerlos más resguardados así que, hacia lo que podía y soñaba con la posibilidad de sacarlos de allí  alguna vez. 
Y esa oportunidad llegó y esta vez no estaba dispuesto a dejarla pasar…

En la Fábrica buscaban un lugar donde instalar el “Almacén de residuos sólidos” y la dirección se había fijado en el antiguo taller de fundición, mi pertenencia al taller de mantenimiento me había permitido conocer la operación con tiempo suficiente.
Durante algún tiempo, desde mi entrada en la Junta de Seises de la refundada cofradía del Silencio, había tratado de convencer a mis compañeros de la necesidad de recuperar aquellas imágenes, pero no encontrábamos el momento, no era prioritario, siempre había una razón para posponerlo. 
Pero había llegado el momento, no podíamos esperar más, las máquinas iban a entrar en unos días y se lo llevarían todo por delante… Era ahora o nunca.

El 1 de septiembre de 2003, como Seise de patrimonio y empleado de la Fabrica de armas, el Abad me hace el encargo de realizar las gestiones oportunas frente a la dirección de la Fábrica con el fin de tratar de recuperar lo que quedaba de los Apóstoles, así que le envié una carta al director de la Fábrica, D. Pablo Presa.
En aquella carta solicitaba el permiso para recuperar las imágenes y a los pocos días, D. Fidel, el jefe de personal, me llamó a su despacho para darme la autorización (curiosamente, ninguno de ellos conocía la existencia de las imágenes)
Nunca les agradecimos, a ambos, su buena disposición y las facilidades que nos dieron al permitirnos el acceso a la Fábrica con nuestros vehículos, así que yo quiero hacerlo desde aquí, aunque a D. Fidel le llegue demasiado tarde.
Al sábado siguiente, otros dos seises y yo, fuimos a buscarlas con una pequeña furgoneta Ford “courrier”y un todoterreno Jeep “Cheroquee”, era el 13 de septiembre de 2003. 
¡Fue un feliz día!... Al menos para mí.
Días más tarde las máquinas arrasaban con todo en el interior del antiguo “Taller de Fundicion”.

Gracias a Dios, hoy las imágenes de aquellos Apóstoles “dormidos” están guardadas, a salvo, a la espera de tiempos mejores. 
Están muy dañadas, pero la Semana Santa ovetense no puede, no debería, permitirse el lujo de ver desaparecer definitivamente aquella magnífica obra de arte. 
No podemos permitir que la indolencia, la indiferencia y la falta de interés, se ceben, una vez más, en aquella magnífica obra de arte y hagan  que la pérdida, al fin, sea definitiva e irreparable.
Los ovetenses nos merecemos volver a ver procesionar por nuestras calles, aquel magnifico paso que en su día causó gran admiración y sentida devoción, entre aquellos que  tuvieron la suerte de verlo en estación de penitencia. 

En 2001 se refundó la Cofradía, ahora, del Silencio y Santa Cruz… 
Esta vez sin la colaboración de la Fábrica de Armas de la Vega. Pocos son los símbolos externos recuperados, pero ella es la digna depositaria del legado que supone mantener viva la memoria de aquellos hombres y mujeres que con su trabajo, esfuerzo e ilusión hicieron de la Cofradía del Silencio un referente en la Semana Santa ovetense. 

Y, naturalmente, la  responsable de la continuidad de esta hermosa historia… 
                                                                                   
                                                                                     …Que seguramente otros habrán de contar.

                                                                           Oviedo, Octubre de 2012