viernes, 13 de junio de 2014

Y no poder mirarle...




Son curiosas las contradicciones a las que nos lleva la Semana Santa, si la miramos desde la perspectiva del no cofrade. Y es que aquello que con maestría dibujo René Goscinny “están locos estos romanos” nos podría venir como anillo al dedo para resumir lo que la ignorancia, el desconocimiento de lo ajeno lleva a pensar y, no sin asiduidad, escribir, sobre esa divina Semana de Dios.

Dice el ajeno a nuestro mundo que por qué nos tapamos, que por qué nos “flagelamos”, que por qué sacamos “santos” a la calle cuando el polvo comienza a acumularse en los bancos traseros de alguna de nuestras iglesias, que por qué nos empeñamos en sacar complejas orfebrerías bañadas en oro a la calle mientras hay gente que lucha día a día por un poco de comida… y a mí me afloran tantas razones, tantos motivos de peso que me doy cuenta de que, sin voluntad por parte del interlocutor, sin aquello de “ponerse en el lugar del otro” nunca, nadie, va a entender nada.


Digo yo que me tapo para pensar en los míos, para pensar en mí, para recapacitar, para que nadie me reconozca por razones más allá que mi ligazón con esta cofradía o aquella, con esta imagen o esta otra, que me tapo para hacer penitencia, que para algunos es rezar muchos rosarios y muchas oraciones, pero que para mí no es más que pasarme un rato a solas pensando en lo que de veras lo merece, mi gente, la gente en general, los que, como yo, vamos tapados escoltando a un Cristo por las calles de la ciudad que más amamos, andando de frente reflexionando sobre lo que nos ha pasado en todo el último año. ¿Toda una metáfora, no? El paso se para en momentos, pero vuelve a levantarse para seguir su recorrido. No sé la de ustedes, pero mi vida es un tanto así.

Digo yo que no me flagelo, que lo hago porque quiero, que uno a veces hace cosas queriendo aún a pesar de que le conlleven un esfuerzo, si ello va a traer una recompensa. Y una procesión esconde muchas lágrimas bajo el capuz, muchos recuerdos, muchas peticiones enfervorecidas, muchos momentos de auténtico amor por personas que ni siquiera saben quién es el que va debajo de ese pesado hábito. No hay lugar para el figureo en una procesión. No si la persona no lo quiere. Y ¿acaso no necesita uno momentos para sí mismo? -Seré muy claro. Si su respuesta es que no, hagan el favor de correr inmediatamente al fondo de su conciencia. Es urgente, su vida es miserable. Pónganse a cambiarlo. Ya hemos dado algunas pistas sobre cómo hacerlo.

Digo yo que no saco ningún “santo”, porque sinceramente, “santos” hay muy pocos. Es más, me atrevo a decir que nunca jamás en lo que me queda de vida voy a tener que oír llamar “santo” a mi Cristo. He oído llamarlo Señor, Padre, “jefe”, Señor de Oviedo, Rey, “moreno”, “morao”… y un largo etcétera de nombres cariñosos, pero nunca “santo”. Señores, si hay algo seguro es que los que salimos en Semana Santa delante –o debajo- de alguna imagen, lo hacemos por un vínculo con ella. Llámenlo cariño, devoción, tradición… llámenlo como quieran, pero es algo tan grande que justifica todo lo que vengo exponiendo. Y no se equivoquen, no tiene nada que ver pasarse la vida en la iglesia con tener un más que firme sentido del cristianismo y una adhesión total a lo que ese Cristo que cargamos nos quiso decir hace ya dos mil años. Eso es lo triste, que muchos tachan lo dicho por Dios, sólo por estar relacionado con una Iglesia que se mueve a otro ritmo que ellos –pero que se mueve aun así, aunque volvemos a lo de antes, no interesa cuestionarse las cosas.-

Digo yo, y además me parece algo muy sangrante, que se denuncie lo de la suntuosidad de algunos desfiles. Más allá de la obvia aseveración (...hay cofradías y cofradías, eh…) hay que decirles que no deben ustedes de confundirse, el oro y la plata son fruto de años y años de esfuerzo de gente anónima (-ejem, ejem- miserable figureo) en la mayoría de los casos, y que, lejos de ser el capricho de algún rico, es el sudor de los muchos pobres que así lo queremos. Delante, detrás de mí van hermanos -porque así somos, todos iguales- que pueden estar pasándolo mejor o peor, pero que colaboran en la medida de sus posibilidades, unos ponen el dinero que la fortuna –déjenme a mí que crea que es Dios- les ha dado, y otros ponen el cariño que les sobra, y somos sus hermanos los que les damos el dinero que les falta.

Digo yo, que todo esto es así, que sólo hace falta una mente libre para poder reconocerlo, que salir de la trinchera es absolutamente básico para poder entender al de enfrente, que los prejuicios llevan mucho tiempo privando a la gente de grandes experiencias y, que al que quiera rebatir cualquiera de mis ideas, se enfunde un hábito de Miércoles Santo y se deje llevar por lo que irremediablemente va a sentir. Está genial reflexionar sobre lo que vemos por fuera. Pero para opinar sobre cualquier cosa hay que ver lo de dentro.


Digo yo, que la Semana Santa tiene mucho más que ver con lo que es la vida que muchas de las cosas sentimentales que nos bombardean a diario a través de los más diversos medios. Una vez al año, no está nada mal. Deberían probarlo. Ahora bien, ¿es injusto o no es injusto que después de cuatro horas debajo de un paso por devoción a un Cristo no podamos mirarle? -Están locos estos…cofrades!!