Finales de septiembre, tristeza, otoño y restos de olor a sidra y bocata de calamares. De la que marcho para casa tras la última verbena de la Semana Mayor, llego a la esquina de la calle San Francisco. Es motivo de sonrisa cómplice, me acabo de santiguar casi sin darme cuenta. Autorreflejo. Y he vuelto a pensar en la primera vez. Esto me ha animado a compartir con ustedes una pequeña historia, con su reflexión. Empieza más o menos así:
“…A ver, neno, acuérdate de santiguarte ahora aquí en la esquina, ¿eh?
-Pero tito, por qué tengo que santiguarme ¡si estamos en la calle!
Y el abuelo se agacha, quedando a la altura de su nieto de apenas seis años extrañado por algo que siempre había hecho y visto hacer, pero que no terminaba de entender, a pesar de los esfuerzos del abuelo porque así fuera. –Mira, ¿ves ahí a través de la verja? (decía mientras ayudaba al nieto a asomarse) ¿qué ves?
-Es María, ¿no tito?
-Sí, es María de la Esperanza, como tita, y la queremos mucho aquí en Oviedo desde hace muchííísimos años.
-¿Desde antes de que tu fueras pequeño tito?
-Sí, desde antes de que hicieran la catedral, imagínate el tiempo que la gente de Oviedo lleva queriéndola. Es la Esperanza Balesquida, como los bollos que vamos a comer al Campo, neno.
-Uy sí, cuando vamos al Campo “Sancisco” a comer con los tíos y me dais un barquillo.
-Pues para celebrar la fiesta de María que está ahí vamos al Campo, ¿viste por qué hay que santiguarse?
-Sí tito, ahora ya quiero santiguarme siempre aquí.
-Ale venga, que estás quitando de ver a estas señoras, que quieren rezar, deja pasar…”
Cambien “Tito” y “neno” y vivirán una escena que roza lo cotidiano ante la Madre de los Ovetenses, la pequeña Balesquida, pero que no por ello es común. No es lo común que una ciudad como Oviedo, la mía, la nuestra, viva un acto tan simple y continuado de devoción como el que se vive en la capilla de la plaza de la Catedral ante los ojos de la Esperanza todos los días. Fíjense, la gente realmente se santigua.
Hace no demasiado otra ciudad devota y amante de la tradición daba a su Virgen por antonomasia un espectacular baño de masas en forma de cariño por las calles. Sevilla abría sus calles y su corazón a su Madre, La Esperanza Macarena, en espectacular derroche de Fe, fervor y sentimiento –“macareno” que dirían allí-. Sevilla no escatimó en medios. Sacó lo mejor de sí a la calle. Flores, vestidos, tapices, sol de rigor… sin duda es una forma diferente de vivir la Fé en una virgen, ¿o quizás no tanto?
Todos hemos vivido la noche previa a un Martes de Campo, un ajetreo de llamadas de una casa a otra para precisar, en el último momento, a la española manera, el despliegue de comida y utillaje para el día siguiente. Yo llevo esto, vosotros lo otro… las abuelas se esmeran en asegurar que no haya lugar a la improvisación (ni hueco libre en el estómago, asturiana tradición) y los nietos duermen, entusiasmados con el ajetreo de familias enteras yendo a comer al parque, ¡qué trajín, cuanta emoción!
Y por fin el Martes llega, y la parafernalia se pone en marcha. Despliegue de asturianía, gaitas por las calles, bollos preñaos, algarabía y fiesta, barquillos y barquilleros, fanfarrias… Oviedo deja su “pulmón” verde a disposición de los romeros. Abuelos y nietos sonríen. Es medida intangible del tiempo “…un año más…”. Vetusta, como Sevilla, a su manera, presume de espléndida.
Pero también de devota. Vetusta hace una parada antes de llegar al Campo, y pone una vela a la Virgen que encarnó la benefactora doña Velasquita, que 800 años atrás cuidaba de los pobres y ahora cuida de los ruegos de tantos y tantos ovetenses que ya llenan la mesa de su altar de un haz de luz que habla bien de la magnitud de la fecha, y que ilumina el rostro de la Madre de manera que, cada año ese día, las gentes de Oviedo nos hacen recordar el por qué de ser Esperanza, María de la Esperanza, esperanza de los ovetenses, dueña que eres, Madre, de todas nuestras esperanzas que en Ti descansan. Vetusta suelta, llegados a este punto, esa lagrimilla de emoción y fervor contenidos que retienen la tristeza. Único.
Oviedo, dice uno de tus corazones, reflexionando al ocaso de las fiestas mateínas, que por favor no me dejes sin ninguna de las dos partes, no me dejes sin Campo o sin Capilla, sin bollu preñáu o sin cuernín benditu, sin Balesquida o sin María de la Esperanza, no me dejes sin barquillo o sin peticiones y velas, sin romeros festejando o sin abuelas persignándose, no me dejes, Oviedo, sin mi abolengo carbayón ni sin mi Amparo y Esperanza.
No me dejes sin lo uno ni lo otro, que los quiero a los dos.