jueves, 1 de mayo de 2014

Semana Santa de Oviedo 2014: Bendición de las palmas, procesión y Santa Misa en el Domingo de Ramos.


La Semana Santa de Oviedo se inicia en San Pedro de los Arcos con la Procesión de La Borriquilla y en la Catedral con la Bendición de las Palmas y Ramos.

Comienza el Acto con una celebración en la Iglesia de San Tirso. Es allí donde el Señor Arzobispo bendice Ramos y Palmas y comienza la Procesión hasta la cercana Catedral. Le acompaña la corporación municipal del Excelentísimo Ayuntamiento de Oviedo y los representantes de cada una de las penitenciales de Oviedo que conforman la Junta de Hermandades y Cofradias de la Semana Santa de Oviedo.







Ya en la Catedral tiene lugar la celebración de la Santa Misa del Domingo de Ramos. Aquí os dejo la homilía de don Jesús Sanz Montes en este día tan señalado.

Queridos hermanos y amigos: Paz y Bien.

Saludo al Sr. Vicario General, al Cabildo de la Catedral y sacerdotes concelebrantes. A nuestras autoridades locales que nos honran una vez más con su presencia: Excmo. Sr. Alcalde y Corporación Municipal. A todas nuestras Hermandades y Cofradías. A los niños que nos acompañan como aquellos pequeños hebreos de hace dos mil años poniendo sus voces de inocencia para recibir a Jesús que llega. A las Religiosas y hermanos todos en el Señor.

Domingo de Ramos, domingo de estrenos, de procesiones primeras y de mirar mucho a las nubes del cielo con el paraguas los prevenidos y los cofrades con el deseo. Acabamos de escuchar dos relatos aparentemente contradictorios: la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén entre vivas y hosannas, y el proceso amañado e injusto de la Pasión del Señor que termina en agonía y muerte por crucifixión.

Aquel Rey no entró en una limusina de las de entonces: Jesús no tenía ni escolta ni coche oficial, no era un general de un imperio prepotente que entraba cargado de medallas tras una conquista de victoria. Llegó en un humilde borriquillo, como quien monta en semejante trajín su palabra bondadosa y los gestos de la paz que fue paseando en aquellos tres años inolvidables. Pero la entronización de quien tan humilde entra en la santa Ciudad será la cruz, que paradójicamente es patíbulo de una muerte indigna y también almena airosa de una salvación que inmerecidamente recibimos del Señor.

Un relato que podremos ahondar en estos días especialmente queridos por el Pueblo cristiano, porque en esa trama se describe después de dos mil años lo que ahora a todos y a cada uno nos sigue embargando con su sinfín de agobios y durezas, y al tiempo que nos sigue llenando de esperanza ante lo que esa llave en forma de cruz es capaz de abrir como puerta de salida bienhadada.

Pasan los días y las cosas... y pasa lo que pasa llenándonos de oscuras sombras o de luz luminosa. En esta aventura de vivir, nos encontramos ya delante de la Semana Santa. En nuestro lenguaje religioso popular decimos algo que prácticamente sólo se dice en España: ¡Felices Pascuas! Así hacemos en Navidad y al acabar la Semana Santa. "Pascua" en hebreo que significa "paso", y acierta nuestro pueblo creyente al reconocer el paso del Señor en esos dos momentos decisivos de su vida y de la nuestra: al nacer viviendo y al morir resucitando. Es el paso de Dios que nos nace navideño y nos renace resucitado. En ambos momentos es el mismo Señor que hace suya nuestra propia vida, abrazando de veras un origen y un destino para vivirlo y para entenderlo por dentro.

Dios pasa "entre" nosotros sin pasar "de" nosotros. Ese Dios humanado nos dirige una palabra de aliento habiendo experimentado nuestro desaliento, nos ha dicho Isaías en la 1ª lectura. Él enciende una luz alumbradora sabiendo en carne propia cómo son nuestros apagones oscurecidos, y proclama una vida nueva no sin antes haber masticado la muerte amordazadora. Por eso Jesús no tiene una humanidad prestada o virtual, sino que abrazó nuestra realidad con todas las consecuencias. Como dice la carta a los Hebreos, no tenemos un Dios "que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado" (Heb 4,15).

Al paso de Dios que pasa, nos disponemos a celebrar la Semana Santa, en la que conjugamos la piedad llena del fervor más tierno, junto a la religiosidad popular que pone en escena nuestro talento artístico y cultural de la mejor calidad. Serán procesiones, que con sus pasos y cofrades, nos permitirán mirar rincones de aquella primera Semana Santa de la historia, en donde se pagó con amor lo que no tenía precio. Serán nuestros cantos y oraciones, que llenarán de plegaria nuestras lágrimas y de esperanza nuestro anhelo. Serán nuestras celebraciones litúrgicas, que acompasarán los momentos centrales del triduo pascual, viviendo el mensaje del jueves santo, del viernes santo y del sábado santo, para permitirnos llegar con gozo renovado, a la alegría resucitada de la mañana pascual volviendo a empezar nuevamente.

Dios pasa entre nosotros, Él se ha hecho pascua singular, dándonos motivos de esperanza: la que se deriva de que somos amados realmente por el Señor, que conoce mi nombre, que sigue mis senderos, que escucha mis latires y que me sigue invitando al cielo. No es un Dios intruso, metijón y molesto, sino alguien que tiernamente me acoge, pacientemente me acompaña y espera salvarme con todo su empeño.

Quedan atrás tantos recodos del camino en los que Jesús pasó haciendo el bien. Sus encuentros con la gente, su peculiar modo de abrazar el problema humano, unas veces brindando sus gozos como en Caná, otras llorando sus sufrimientos como en Betania; en ocasiones curando todo tipo de dolencias, o iluminando todo tipo de oscuri¬dad o saciando todo tipo de hambres, y en otras airado contra los comerciantes en el templo y contra los fariseos en todas partes. Jesús que bendice, que enseña, que reza, que cura, que libera... Él ha traído el calor de su casa –el hogar trinitario– a nuestros fríos inhumanos, plantando en nuestro suelo el corazón de Dios como una gran tienda en la que cobijarse de tantas intemperies y en la que aprender a ser y a quererse.

Decía el Papa Francisco que «a menudo, la novedad nos da miedo, también la novedad que Dios nos trae y nos pide. Tenemos miedo de las sorpresas de Dios. Él nos sorprende siempre. Dios es así. No nos cerremos a la novedad que Dios quiere traer a nuestras vidas. ¿Estamos acaso con frecuencia cansados, decepcionados, tristes; sentimos el peso de nuestros pecados, pensamos que no lo podemos conseguir? No perdamos la confianza, nunca nos resignemos: no hay situaciones que Dios no pueda cambiar, no hay pecado que no pueda perdonar si nos abrimos a Él». En la procesión de mi vida, este amor absoluto de Dios es el que manifiesta su paso, discreto y concreto, con el que me acompaña como nadie y para siempre. Dios pasa por mí, sin pasar de mí jamás. En este paso que es la procesión de la vida, todos somos cofrades, y a todos nos sale al encuentro el Señor como en estos días santos vamos a recordar con inmensa gratitud. En estos días algo nos dirá a cada uno Dios. Dichoso quien se asoma y adentra en la Semana Santa, dejándose herir por la dulzura de su belleza en el relato de su drama.

Domingo de Ramos, domingo de estrenos. Que sea la vida cristiana reestrenada por la gracia que nos renueva.

Que María, nuestra Santina, nos acompañe. Que Dios siempre nos bendiga. Amén.