En estos términos se dirigió el Santo Padre a los representantes de las Hermandades de todo el Mundo reunidas en la Plaza de San Pedro el pasado domingo 5 de mayo , VI de Pascua.
Presidiendo con gran alegría la Santa Misa, que culmina este VI domingo de Pascua, la peregrinación de las Hermandades en el Año de la Fe, el Obispo de Roma agradeció su importante testimonio y su numerosa presencia en la Plaza de San Pedro, en representación de las que están difundidas en todo el mundo. Y ello a pesar de la lluvia, que cayendo por momentos no pudo ‘aguar’ la devoción y alegría de estos miles de cofrades, que habían empezado a llegar en procesión desde muy temprano, para la Misa del Papa con sus estandartes e imágenes. Una gran variedad de colores y signos de la piedad popular de la Iglesia universal.
Citando a Benedicto XVI, el Papa Francisco destacó la importancia de la ‘evangelicidad’ de las Hermandades y de la riqueza de manifestaciones de la piedad popular, que los obispos latinoamericanos definen como una espiritualidad una mística, un espacio de encuentro con Jesucristo. Amen a la Iglesia, déjense guiar por ella alentó el Santo Padre y, exhortando también a ser auténticos evangelizadores, añadió: ¡sean misioneros del amor y de la ternura de Dios!
Con estas palabras de aliento y esperanza el Santo Padre concluyó su homilía:
«Autenticidad evangélica, eclesialidad, ardor misionero. Pidamos al Señor que oriente siempre nuestra mente y nuestro corazón hacia Él, como piedras vivas de la Iglesia, para que todas nuestras actividades, toda nuestra vida cristiana, sea un testimonio luminoso de su misericordia y de su amor. Así caminaremos hacia la meta de nuestra peregrinación terrena, hacia la Jerusalén del cielo. Allí ya no hay ningún templo: Dios mismo y el Cordero son su templo; y la luz del sol y la luna ceden su puesto a la gloria del Altísimo. Que así sea».
Fuente : Revista Ecclesia